Los viejos reyes volvieron 

Rata Blanca volvió al escenario del Teatro Municipal con un concierto que demostró por qué son una de las bandas más importantes del hard rock en el país. Una potencia musical atronadora que suena perfectamente equilibrada y con la magia intacta.

A las 21.05 se encienden las luces de la sala del Teatro Municipal y la gente se empieza a impacientar. El murmullo sube y alguien grita un "Walterrrrrrrrr...." largo. Luego vienen los aplausos y los silbidos. El silencio dura un minuto porque luego las luces se vuelven a encender y apagar. Rata Blanca regresa a Olavarría después de muchos años y el romance con el público local sigue siendo el mismo. Es fácil darse cuenta de eso porque en las butacas hay gente de todas las edades. Hay de más de 50 años y cercanos a los 12 que esperan con la misma ansiedad la salida. Pero, mientras que la sala es un hervidero, detrás del telón parece que el tiempo se mueve de forma mas lenta. De pronto todo se oscurece y suena la batería. Luego el bajo. A las 21.10 se abre el telón y todo es oscuridad. Menos la pantalla que muestra una bandera argentina y una larga fila de Marshall. Luego Rata Blanca sale a encontrarse con su público. 

La potencia de la banda es aplanadora. Fernando Scarcella en la batería, Pablo Motyczak en el bajo, Danilo Moschen en los teclados, Adrián Barilari en la voz y la guitarra de Walter Giardino funcionan como un todo. Un torbellino de hard rock que te vuela la cabeza desde el primer acorde y, cuando Barilari canta las primeras estrofas de "Michell odia la oscuridad", el público grita desde las butacas. El público se enloquece cuando suena el riff de "Sólo para amarte" y Giardino despliega su magia con las cuerdas. Hay que reconocer que Barilari supo, con el tiempo, hacer suya una canción en que la Saúl Blanch descollaba. El vocalista está intacto y eso quedó claro desde el comienzo del show. Giardino siempre sorprende y no cabe duda de que es uno de los mejores guitarristas del país. 

"Pasaron cosas...", dijo Barilari y recordó que hacía mucho que no venían a la ciudad. Fueron pocas palabras porque el cantante enseguida se preparó para "Callejero", otra canción del primer disco de la banda, que sonó potente. Luego llegó "Talismán" y la gente cantó fuerte. El cantante hizo una breve pausa para pedir que enciendan las linternas de los celulares y comenzó el riff inconfundible de "Guerrero del arco iris". 

"Olavarría es Tierra Santa, porque acá nació mi vieja", dijo Walter Giardino, y luego de agradecer a todos por la noche dijo que seguramente su madre "con el barba" estarían disfrutando del show. Cuando los primeros acordes de "Hey Joe" sonaron, el público se volvió loco. La calidad y el talento de Giardino está en la facilidad que tiene en transmitir la pasión y el amor que tiene por la música. Por eso Hendrix suena tan bien en sus manos. Aquí no hay técnica que valga si no hay corazón.

Los músicos de Rata Blanca disfrutan de tocar, eso se ve y se escucha a simple vista. Más allá del compromiso hay un factor que los diferencia: el placer que se ve en sus caras. Lo de Giardino y Barilari es aparte, porque ambos se mueven como si el escenario fuera el living de sus casas, contagiando la alegría de poder hacer lo que les gusta. 

El cantante quiere que todos cantemos y entonces comienza a sonar "Mujer amante", un hit que los puso en las casas de todos los argentino cuando salió "Magos, espadas y rosas". 

Para este momento del show eran pocos los que se mantenían en su butaca. La gente cantaba y se dejaba llevar por lo que significa la música: algo que no podemos explicar tan fácil pero que podemos sentir muy fuerte. 

La banda se retira. Saludan y se van. Las luces se encienden y el público sabe que llegó la hora de devolver el cariño. "Olé, olé, olé, Rata, Rata" se escucha desde cada rincón. La banda aguarda unos minutos y sale por más. Giardino lleva un sombrero de cuero y las manos vuelan sobre la guitarra. "Aún estás en mis sueños" suena y la sala del Teatro tiembla. Pero se desmadra cuando Giardino lanza la intro de "La leyenda del hada y el mago". Cuando el frenesí alcanza sus niveles más altos, el guitarrista lleva su instrumento hasta los Marshall y le arranca notas a las cuerdas rozándolas contra el equipo de sonido. Luego la abandona y la vuelve a buscar para el final. 

Los músicos se paran al pie del escenario y agradecen. El público grita a rabiar y es el signo de que aunque pase el tiempo el amor por Rata Blanca no se termina. Y lo más importante: es recíproco. 

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